Exposición individual de Allan Neff
La Galería de Arte Stoa muestra por primera vez al público la obra pictórica de Allan Neff.
La impresión inicial al tomar contacto con su pintura fue la del arqueólogo que encuentra un tesoro precioso…nos deslumbró. Pero el descubrimiento resultó de mayor envergadura aún porque Allan es un verdadero artista renacentista, no solo por la complitud de su espectro artístico: pintor, escultor, escritor, músico…, sino por una vida entregada al arte, su pasión, posible gracias al mecenazgo incondicional de Carmen, su mujer. Por ello, esta Galería, que adora y vive el Renacimiento, se felicita de esta exposición.
La excepcionalidad de esta muestra radica en el carácter de retrospectiva que tiene, pues abarca desde el año 1992 hasta el 2006, exhibimos, por tanto, la casi totalidad de su obra pictórica, como si Allan, en premonición de nuestro encuentro, la hubiese guardado celosamente, y por el lujo que supone que cada obra cuente con un texto del propio autor desnudando lo más profundo de su proceso creativo. Son 24 cuadros, acrílicos sobre lienzo o arpillera, destacando poderosamente la serie dedicada a la Creación, aún inacabada.
Texto del artista
Aunque no lo parezca por mi aspecto, soy un debutante. Esta exposición se puede considerar como mi ceremonia de puesta de largo. Conchi Álvarez, la directora de la galería STOA, asoció la idea con la metamorfosis de una mariposa, en la que yo habría estado encerrado en mi capullo para finalmente emerger en una explosión de color y exhibiendo mi intrincado diseño. Es una imagen agradable, y puedo apreciar la comparación, pero realmente no es la metáfora que yo habría elegido.
Conchi también hizo alusión a la vida monástica. Encuentro esta analogía mucho más satisfactoria. No por ninguna razón religiosa ni en sentido religioso alguno, sino simplemente porque hay una similitud entre los hábitos de trabajo diario y la actitud disciplinada de los monjes y los míos propios. Es este comportamiento mundano dentro de un determinado contexto espacial lo que tiende a relacionar mi estilo creativo de vida con el suyo: la obediencia a la rutina por un lado y una soledad meditativa por otro. Me imagino que esto es así para la mayoría de los pintores en general. Cuando estoy en mi entorno de trabajo, frente al lienzo, es igual que si estuviera encerrado tras los muros de un monasterio. El mundo exterior deja de existir. Sólo estamos yo y la obra a realizar. Mi mente se concentra por completo en la obra de arte. Están la contemplación del objeto y la meditación sobre la idea del objeto, así como el movimiento físico sobre el mismo objeto. Es algo curioso, esta contemplación, esta meditación (o concentración, si se quiere) del artista corre paralela a la del monje, en el sentido de que es “circular”, empieza y termina con el individuo, es algo construido dentro de la mente del individuo, o, tal vez, de la visión de esa mente. El trabajo en el lienzo que yo contemplo es en realidad un reflejo de mí mismo, o al menos un fragmento de ello, ya que se ha originado a partir de un concepto abstracto inventado por mí. El intercambio entre lo que está en el lienzo, lo que aún no está, lo que necesita estar, y mis ideas, es sencillamente un tipo de conversación visual con uno mismo. Puede parecer extraño, pero es así, pues la obra resultante, el cuadro que el espectador verá, lo que se verá y espero que se escudriñará, no es más que la versión tangible de mi concepción mental original rodeada por un marco y colgada de una pared.
Algunos datos autobiográficos: